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<<Piensa que el gilipollas de Magallanes fue el primer explorador europeo que visitó territorio chileno recorriendo el estrecho que lleva su nombre. Digo gilipollas y añado tonto, porque, entonces, esos cabrones de los conquistadores españoles empezaron a apropiarse bárbaramente de las tierras de la civilización inca. ¡Maldita gente!
Se necesitaron tres siglos para exterminar, casi por completo, a los habitantes de esos lugares, estableciendo finalmente un límite entre el gobierno colonial y las tribus indígenas a lo largo del río Bío Bío, dando nombre a la zona que aún hoy se conoce como La Frontiera.>>
Santiago estaba escuchando a Ginebra, sentado con ella en la barra. Habían quedado allí para comer algo después de sus clases de kickboxing. En ese momento estaba comprobando, en palabras de la mujer, que efectivamente una buena parte del temperamento violento y delirante era inherente a ella. Pero al mismo tiempo se sorprendió de sus discretos conocimientos culturales. Y en sus palabras, tuvo que reconocer, a su pesar, que había un núcleo de verdad. Aunque mínima, pero la hubo.
<<¿Qué diremos en cambio del pueblo marica, tacaño, hipócrita y asqueroso de los ingleses? No sólo se contentaron con masacrar a los escoceses y usurpar sus tierras, sino que dieron el mismo trato a los nativos americanos. Luego se unieron los otros maricones franceses, de nuevo esos apestados de los españoles. Los italianos nos quedamos sólo con las migajas, pero luego lo compensamos con la mafia que aún gobierna a todos los electores del nuevo presidente estadounidense. Sin embargo, si lo piensas, si no hubiera existido América, con sus inmensos territorios ricos en recursos, si sólo hubiera existido el mar, ¿estaríamos aquí ahora hablando?
Santiago se encogió ligeramente de hombros y bajó un poco las comisuras de los labios, imitando la respuesta: “No lo sé”. Y, en efecto, no entendía a qué quería llegar la mujer con sus enrevesados y farragosos razonamientos.
<<Si no hubiera existido el continente americano, hoy habría una superpoblación incontrolable en nuestro viejo continente, ruso y oriental. Lo más probable es que ya se hubiera producido el fin del mundo. Si lo piensas, ¿verdad? ¿Qué dices Santiago de eso?
El chico se encogió de hombros y Ginebra sonrió con amargura, inclinando la cabeza. Pasaron unos segundos de silencio y, mientras la mujer tomaba un sorbo de cerveza, llegó un mensaje a su teléfono móvil.
“Ahora aprovecha tu poder visual chico”.
Dijo Mister White a Santiago a través de los auriculares habituales.
Las pupilas marrones del hombre podían ver en las verdes de Ginebra lo que estaba escrito en la pantalla del smartphone:
“Debes presentarte el viernes por la noche a las 23 horas en Piazzale Loreto”.
La chica se dispuso a guardar su dispositivo en el bolsillo de la chaqueta, donde escuchó el pitido de otro mensaje. Sin embargo, esta vez era un mensaje de voz. Guinevere se levantó inmediatamente y se alejó de la mesa para escucharla, sin molestarse siquiera en disculparse con Santiago.
‘Hice una investigación como me pediste. No es hijo de un diplomático chileno. Pero lo que nos hace sospechar es que no aparece en ninguna base de datos del registro. Es como si nuestro hombre no existiera”.
Ginebra volvió a la mesa, se sentó y no ocultó una mirada oscura y hosca hacia Santiago.
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