> CAPÍTULO 5 < LOS HÉROES DESESPERADOS

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El príncipe Montero estaba sentado en un sillón de cuero negro en su gran residencia de Perejil. Llevaba una bata de satén, coloreada con un dibujo de flores sobre fondo blanco. Apoyó sus piernas desnudas y peludas en la mesita de cristal que había frente al sillón y cogió un periódico colocado en una gran bandeja de plata, que su mayordomo Silvio le trajo enseguida. El fiel sirviente, que medía un metro ochenta, sostenía la bandeja en sus manos con unos guantes muy blancos. Iba vestido con una chaqueta azul ajustada y un chaleco gris, sobre una camisa blanca y una corbata negra. En cuanto el príncipe tuvo el papel en sus manos, le dijo en voz baja y tranquila

<<“¿Debo enviar a las chicas a lavarte los pies de inmediato?

Montero asintió con la cabeza, inclinándola ligeramente. El mayordomo, de rostro serio y arrugado y pelo ralo y gris, ligeramente largo a los lados de la cara y en la nuca, hizo una reverencia a modo de saludo y se marchó a otros menesteres. El Príncipe se dispuso a abrir el periódico, para leer una noticia de su interés, que sintió que le hacía cosquillas en los pies. Allí, frente a él, al otro lado de la mesa, había dos jóvenes orientales, arrodilladas y completamente desnudas, que le lamían los dedos y las plantas de los pies, cubriéndolos de líquido salival fresco. El hombre rubio, de pelo corto cortado a cepillo, les miró durante unos segundos con unos ojos azules tan fríos como dos cubitos de hielo, hizo una leve mueca bajo su nariz aguileña y leyó atentamente el artículo que hablaba de las “bandas de golpeadores de Milán”:


Las bandas de golpeadores seguían perpetrando sus crueles asesinatos, de la misma manera que antes: golpeando a sus víctimas hasta la muerte. Siempre dos vagabundos con el mismo destino aterrador, al mismo tiempo en dos lugares distintos del centro de la metrópolis milanesa. Y, como en anteriores asesinatos, las bandas de golpeadores no fueron detectadas por ninguna cámara de videovigilancia externa ni por testigos. Las pobres víctimas fueron encontradas por la policía cuando ya no daban señales de vida. El jefe de la escuadra móvil del Milan, Sergio Mazzucchelli, afirma que… ‘

Cuando el Príncipe terminó de leer, suspiró con satisfacción, tiró el periódico al suelo y le hizo un gesto con la mano a la chica de su derecha para que se levantara un momento y cogiera su teléfono móvil, que estaba tirado en la mesita. En cuanto el Príncipe tuvo el aparato en la mano, marcó un número. Ni siquiera el tiempo que tardó en contestar una persona al otro lado, que la joven oriental ya estaba de nuevo frente a la mesa de café, arrodillada y empeñada en lamer y chupar el pie derecho de su amo con gran esfuerzo; la otra chica, en cambio, no había cesado en su tarea.
Montero, mientras observaba complaciente a sus esclavos de la “limpieza”, hablaba con su interlocutor por el teléfono móvil con una pronunciada “erre” moscia:
“Ciao carrro my friend, sólo quería rrretrarte por todo tu serrrvizi”, y desconectó la línea. Volvió a mirar a las jóvenes orientales, volvió a hacer una mueca de desprecio y apartó repentinamente los pies de sus caras. Se levantó, se quitó la bata y la tiró también al suelo. Completamente desnudo, se sentó de nuevo en el sillón, mientras sus jóvenes sirvientes permanecían arrodillados, esperando su orden. Montero, con las piernas separadas, indicaba a las mujeres su pene completamente lampiño con el dedo índice de la mano derecha. Ambos se levantaron inmediatamente y se pusieron delante de su amo.

“Sonriendo como sólo lorrrro puede sonreír, con los ojos almendrados de lorrrro, que dan alegría y joie de vivre. Qué hermosas son con su piel blanca larrrro, sus pechos pequeños como los de una niña inmadura y su largo y sedoso pelo negro. Hice bien en no involucrarme con ninguna mujer. Sólo están arrugados. Soy rico y puedo divertirme con todas las mujeres que quiera. De todos modos, Amorrrre es un montón de mierda. Cualquier mujer se siente atraída por el lujo, por el poder, así que bien podría conseguir sexo y amorrre por una cuota”, pensó el Príncipe y volvió a hacer un gesto con el dedo para que procediera.

Las orientales se arrodillaron y continuaron su labor de lavado, y más, con sus lenguas por toda la zona pélvica del hombre, que entrecerró los ojos y suspiró con gran satisfacción.

Mientras tanto, a kilómetros de distancia de la ciudad de Prezzemolo, estaba el jefe de la brigada móvil del Milan, sentado en su mesa del despacho, que acababa de guardar su teléfono móvil en un cajón. Pasaron unos segundos y sonó el teléfono fijo.
“¡Hola!”
“Disculpe teniente Mazzucchelli, tengo al alcalde en la línea que quiere hablar con usted, ¿le paso?”
“¡No! ¡Claro que no, Silvia! Dígale que acabo de salir, por favor”.
El jefe de la brigada móvil, con el rostro bronceado por las lámparas de sol y el pelo negro cubierto de gel, volvió a colocar el auricular en su sitio y miró con gesto preocupado y ojos profundos y oscuros a cualquier lugar de la sala.
Realmente no tenía ganas de absorber las quejas del primer ciudadano de Milán. Denuncias que se referían a otro brutal asesinato cometido por las “bandas de golpeadores de Milán” que aún no habían sido detenidas.


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Un commento

  1. Antonella Di Lauro ha detto:

    SeSe non

    "Mi piace"

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